No se me asusten demasiado, pero es evidente que la evolución de la economía, o mejor, que la conducción de la economía no consigue remontar y los efectos sobre la ocupación generan un profundo agujero negro social. Poco a poco, el asunto del empleo va tomando forma de variable estratégica. Es la consecuencia más cruenta de la crisis que afecta a lo que es esencial en la vida, el derecho a un trabajo digno que permita una vida medianamente aceptable.
Al quite del asunto está la economía sumergida, o pónganle el nombre que quieran. Ahí tenemos un porcentaje de ocupación irregular que es un amortiguador muy eficaz de la tensión social. Ya en anteriores periodos de crisis eso (el monstruo del trabajo informal, de la empresa fantasma, etc.) ha sido la salvación, por una parte, de muchos trabajadores (lo que significa simplemente aceptar un grado de explotación superior al normal a cambio de una cierta sobrevivencia básica) y de la base económica de las pequeñas empresas. Escondidas del fisco, de la seguridad social o utilizando dudosos procedimientos legales, esquivan costes sociales, laborales, ambientales, administrativos y fiscales. Así van tirando en espera de tiempos mejores. Las hay que tradicionalmente se mueven en ese submundo, que muchos no quieren ver, otras se sumergen en épocas de vacas flacas, o, simplemente, promueven actividades y negocios en el submundo porque en la superficie no hay alternativa.
Recuerden el estúpido debate en torno a los mercadillos del top manta. Eso es simplemente una anécdota frente al enorme volumen de la economía “informal”. Me atrevería a decir que más de un 20% del PIB circula por esos caminos discretos y alejados de los peajes.
Siempre ha sido así. En mayor o menor medida e independientemente de la coyuntura o del ciclo económico. La presión administrativa y fiscal siempre ha sido débil, fluctuante, poco dada al enfrentamiento con una realidad que dejaba una parte de la economía en una zona sin normas básicas. De ahí una parte del déficit fiscal, sin lugar a dudas y de la debilidad sindical o de la baja productividad. El país ha aceptado como normal que una parte de su economía siga un sendero distinto al legalmente establecido, beneficiando a un numerosísimo grupo de empresas o trabajadores que hacen renuncia de la implicación social en aras de trabajar y cobrar. La anuencia del consumidor es básica en el esquema, la pregunta sobre si quiere la factura con IVA o sin el (a mi me la han hecho hace dos días) es corriente. El consumidor para ahorrase ese porcentaje colabora egoístamente en el mantenimiento de una estructura empresarial débil, anómala respecto al modelo social e, incluso, político.
Dicho eso, ¿nos hemos de alegrar o no de la existencia de ese sector por sus benéficos efectos sobre las tensiones sociales que produce el paro? No se qué decirles. Si trabajar sin contrato, sin horario, sin factura, sin licencia evita que muchas familias queden en la más absoluta intemperie, no seré yo quien las acuse con el dedo de la ley. Aunque reconozco que esa solución crea, tal vez, más problemas que remedios. El corto plazo, la salvación del ingreso semanal, hace que las medidas contundentes puedan retrasarse. Es la hipocresía de la derecha, de la izquierda (¿) al mando, les reducimos las pensiones, los subsidios, los echamos del mundo del derecho social (que es digno y político) para permitirles una especie de prostitución para sobrevivir. Hacemos la vista gorda si cobran por unas chapuzas, si nos arreglan una avería, si producen algún objeto de utilidad, vendiendo su alma de ciudadano por la sobrevivencia del esclavo.
Ese indigno presidente federal nos cuenta desde Noruega que ha descubierto la sopa de ajo, que los trabajadores en fase de formación, cuando han perdido o no encontrado empleo, son útiles al país, es, dice, como si estuvieran ocupados. Ese pobre hombre, sentado en su alta poltrona no atiende a la realidad, no sabe nada o miente mucho. Si leen este mes el Mientras Tanto, tendrán al alcance neuronal una explicación del verdadero papel de la formación en el paro y un detalle de lo compleja que resulta ser. La formación para los parados tiene sentido si hay alternativa de ocupación, si el país tiene algún plan respecto a su estructura productiva y respecto a los cambios que se necesitan en las habilidades laborales. ¿Un pintor de brocha gorda reconvertido en qué? Añadamos que puede tener más de 40 años y ser negro como el carbón. ¿Qué nos dice ese presidente desalmado respecto a eso?
Atiendan a lo que digo, pienso que a diferencia de otras crisis esta presente tendrá muy peores consecuencias sobre el empleo. Alguien lo ha dicho: una generación perdida. Yo añado que pueden ser más.
Lluis Casas, organizando la Huelga general.
Al quite del asunto está la economía sumergida, o pónganle el nombre que quieran. Ahí tenemos un porcentaje de ocupación irregular que es un amortiguador muy eficaz de la tensión social. Ya en anteriores periodos de crisis eso (el monstruo del trabajo informal, de la empresa fantasma, etc.) ha sido la salvación, por una parte, de muchos trabajadores (lo que significa simplemente aceptar un grado de explotación superior al normal a cambio de una cierta sobrevivencia básica) y de la base económica de las pequeñas empresas. Escondidas del fisco, de la seguridad social o utilizando dudosos procedimientos legales, esquivan costes sociales, laborales, ambientales, administrativos y fiscales. Así van tirando en espera de tiempos mejores. Las hay que tradicionalmente se mueven en ese submundo, que muchos no quieren ver, otras se sumergen en épocas de vacas flacas, o, simplemente, promueven actividades y negocios en el submundo porque en la superficie no hay alternativa.
Recuerden el estúpido debate en torno a los mercadillos del top manta. Eso es simplemente una anécdota frente al enorme volumen de la economía “informal”. Me atrevería a decir que más de un 20% del PIB circula por esos caminos discretos y alejados de los peajes.
Siempre ha sido así. En mayor o menor medida e independientemente de la coyuntura o del ciclo económico. La presión administrativa y fiscal siempre ha sido débil, fluctuante, poco dada al enfrentamiento con una realidad que dejaba una parte de la economía en una zona sin normas básicas. De ahí una parte del déficit fiscal, sin lugar a dudas y de la debilidad sindical o de la baja productividad. El país ha aceptado como normal que una parte de su economía siga un sendero distinto al legalmente establecido, beneficiando a un numerosísimo grupo de empresas o trabajadores que hacen renuncia de la implicación social en aras de trabajar y cobrar. La anuencia del consumidor es básica en el esquema, la pregunta sobre si quiere la factura con IVA o sin el (a mi me la han hecho hace dos días) es corriente. El consumidor para ahorrase ese porcentaje colabora egoístamente en el mantenimiento de una estructura empresarial débil, anómala respecto al modelo social e, incluso, político.
Dicho eso, ¿nos hemos de alegrar o no de la existencia de ese sector por sus benéficos efectos sobre las tensiones sociales que produce el paro? No se qué decirles. Si trabajar sin contrato, sin horario, sin factura, sin licencia evita que muchas familias queden en la más absoluta intemperie, no seré yo quien las acuse con el dedo de la ley. Aunque reconozco que esa solución crea, tal vez, más problemas que remedios. El corto plazo, la salvación del ingreso semanal, hace que las medidas contundentes puedan retrasarse. Es la hipocresía de la derecha, de la izquierda (¿) al mando, les reducimos las pensiones, los subsidios, los echamos del mundo del derecho social (que es digno y político) para permitirles una especie de prostitución para sobrevivir. Hacemos la vista gorda si cobran por unas chapuzas, si nos arreglan una avería, si producen algún objeto de utilidad, vendiendo su alma de ciudadano por la sobrevivencia del esclavo.
Ese indigno presidente federal nos cuenta desde Noruega que ha descubierto la sopa de ajo, que los trabajadores en fase de formación, cuando han perdido o no encontrado empleo, son útiles al país, es, dice, como si estuvieran ocupados. Ese pobre hombre, sentado en su alta poltrona no atiende a la realidad, no sabe nada o miente mucho. Si leen este mes el Mientras Tanto, tendrán al alcance neuronal una explicación del verdadero papel de la formación en el paro y un detalle de lo compleja que resulta ser. La formación para los parados tiene sentido si hay alternativa de ocupación, si el país tiene algún plan respecto a su estructura productiva y respecto a los cambios que se necesitan en las habilidades laborales. ¿Un pintor de brocha gorda reconvertido en qué? Añadamos que puede tener más de 40 años y ser negro como el carbón. ¿Qué nos dice ese presidente desalmado respecto a eso?
Atiendan a lo que digo, pienso que a diferencia de otras crisis esta presente tendrá muy peores consecuencias sobre el empleo. Alguien lo ha dicho: una generación perdida. Yo añado que pueden ser más.
Lluis Casas, organizando la Huelga general.