sábado, 15 de diciembre de 2007

LO QUE CUESTA CAMBIAR



Me permitirán los lectores una libertad de autor con respecto a la trama de este artículo. Habitualmente les caliento la cabeza con comentarios y reflexiones en torno a asuntos más bien terrenos, como el urbanismo, el tipo de interés o el ferrocarril, pero en este caso asumo el papel de filósofo aficionado y voy hacia otros derroteros que en el fondo afectan al porque no resolvemos los problemas.

Les cuento que desde hace un cierto tiempo me da la impresión que los cambios sociales y económicos se producen con gran lentitud y a costes políticos elevados. No les hablo, dios me libre, de cambios radicales de modelo productivo, de asaltos a los diversos palacios de invierno disponibles, ni cosas parecidas. Me limito a cambios posibles, necesarios, útiles, deseados y totalmente reformistas. No vayan a creer que el que firma va por la vida con la célula a cuestas.

Los gobiernos, los locales tan próximos, los regionales tan cercanos y Madrid (sin adjetivar en este momento), producen legislación y propuestas abundantes, como siempre. En cuanto analizamos sus contenidos y los comparamos con el estado de la cuestión: otras alternativas al efecto, las características del problema a resolver, las hipotéticas prioridades que genera cada uno, etc. tiendo a ver un tempo muy lento de cocción y digestión y un gran alejamiento respecto a aquello, en principio, necesario. Y, también en muchas ocasiones, un barullo incomprensible. Puedo poner ejemplos sin salirme del campo habitual de mis comentarios, la vivienda no los necesita a fe mía (un problema gravísimo que no logra salir más que en las cabeceras de los periódicos en base a abundantes tonterías). El desvarío ferroviario del AVE (a cambio de retrasar la puesta al día de toda la red ferroviaria estatal). La producción de un enorme superávit presupuestario cuando nuestra escuela está como está, sin citar a los mayores de 70 años con una ley de la dependencia sin financiación, ni tramitación real. Las miserias urbanísticas de los promotores (miserias es una figura poética, seguro que lo habrán entendido) Y, de pasada, les cito la problemática ambiental en donde todavía es doloroso (y a veces imposible) no cargarse un paisaje. Y así mucho, mucho más, incluso a escala menor, si se fijan.

Por otro lado, consultando lo que ha pasado en cada uno de los frentes citados, el resultado es apabullante en cuanto a las dificultades de consenso, disenso, tramitación política, puesta en marcha real, etc. Da la impresión que para quitarse una tirita, ya innecesaria, necesitemos un congreso médico de cirujanos, para al final decidir, por desconfiados, que bastaba con ponernos otra encima. Al más puro estilo Marx Brothers, diríamos los que gustamos del cine sin colores.

Cuesta tanto entender que hay que evitar estropear Collserola, lo digo en beneficio del ayuntamiento de Barcelona, duro opositor a convertir ese espacio único en parque natural. ¿Por qué tantas idas y venidas? ¿Será por dinero?, ¿Qué dinero?, ¿De quién el dinero?, ¿por qué no hablamos de ello?. No está prohibido hablar de dinero.

Los cuatro años que llevamos intentando crear una nueva legislación de vivienda que haga lo necesario: vivienda pública de alquiler, ¿son por motivos esenciales? Hace dos años los promotores dieron su aprobación al proyecto, pero la ley está todavía en trámite preparlamentario. El comentario es tan necesario que mientras hemos discutido sobre ello sin llegar a acuerdo práctico alguno, los tipos de interés han bajado y subido, el ciclo inmobiliario ha subido y se ha pegado un coscorrón. La vida ha pasado y la vivienda sigue como hace 4 años, con cambio de consejero y de ministra, eso sí.

Puedo replicar lo anterior con dada uno de los asuntos citados y siempre toparemos contra un muro ciertamente oscuro, construido por intereses parciales, a menudo pequeños, miedos escénicos, protagonismos estúpidos y un sin fin de circunstancias parecidas.

Mis conocidos en el mundo sindical me refieren cosas parecidas con respecto a su íntimo funcionamiento. Los que me relatan escenas universitarias se quejan por motivos idénticos. En la sanidad, en la educación no ocurre nada diferente.

El barullo es tal que, a veces, algún lideraje se toma ciertas libertades y la dice o la hace sonada, sin mayores resultados que el recalentamiento mediático.

¿Alguien sabe qué pasa?

Es obvio que en la actualidad pesa más el interés reducido (personal, de grupo, momentáneo) que la conciencia social y colectiva: se respeta la propiedad privada (en absoluto amenazada) y se rechaza el derecho a la vivienda sin contemplaciones. Si hay una emergencia ambiental, se elige la vía del despiste, aproximándose innecesariamente a que no dispongamos de agua en el grifo. Decisión producida por miedos que no llegarían a perturbar a un cirujano a la hora decisiva.

La prensa o esa cosa que ustedes saben, oculta lo que debe exponer y expone la nada. También es cierto que los liderajes políticos en el mejor sentido del término son ejercidos ahora por seres menores, tal vez producto del rechazo de las organizaciones políticas a la brillantez curricular y a una elección desmesurada por los creyentes del aparato. Busquen y si encuentran más de tres políticos relevantes con un curriculum privado y profesional consistente, me callaré. Acepto el término curriculum en el más amplio sentido posible.

Pienso que la visión infantil alejada del concepto de enfrentamiento de clase, de choque de intereses, en un sentido que expresa los distantes y distintos intereses de sectores sociales separados, quieran o no, por profundas diferencias económicas, vitales y de futuro, enturbia el entendimiento de los llamados a decidir colectivamente y les hace pensar que todo el monte es orégano y que soplando se apaga el fuego. O peor, que el fuego no irá a más.

Pero todo ello es insuficiente. En otras épocas se han producido procesos históricos pacíficos de apuesta de futuro, con aportaciones esenciales para el desarrollo social. La tecnología, que nos ayuda a resolver los empachos burocráticos, no es suficiente para liberarnos de tomar las decisiones adecuadas en el momento oportuno y aceptar las consecuencias, tan inevitables, en fin, como nuestra corta y desmesurada vida.

Les invito a seguir, si ustedes quieren y les interesa.

Lluis Casas, con exceso de dioptrías