jueves, 21 de junio de 2007

CATALANUYA Y LAS INFRAESTRUCTURAS




Lluis Casas


El asunto que encabeza el articulillo lleva de cabeza a varios gobiernos catalanes, a sus oposiciones parlamentarias, a catedráticos de diversas materias, sindicatos, patronos, empresarios y un largo etcétera. Y ello a causa de su gran trascendencia, sin lugar a dudas.


En el periódico La Vanguardia del domingo 17 de junio aparece un amplio reportaje sobre la materia que debe leerse con atención e inteligencia. No todo lo que dice es ajustado a la verdad, pero mucha verdad está descrita en él. Algún comentario solo es mera murmuración, pero en general late la cruda realidad. Como vengo comentando aspectos de la gestión de las infraestructuras no resisto la tentación de recomendarlo primero, léanlo y piénsenlo, para a continuación incidir en lo que considero más importante.


Primero, la sensación existente en Catalunya de estar perdiendo oportunidades en la pugna del desarrollo europeo no es broma. Unos lo manifiestan en función de intereses económicos, otros por su preocupación académica, otros desde una perspectiva emocional, pero esa sensación tiene consistencia, está basada en datos constatables y ha generado una alarma más que significativa. Incluso la calle, taxistas incluidos, se hace eco de ello.


Segundo, el problema, real y psicológico, ha saltado con dureza al patio de vecinos con un gobierno de izquierdas en Barcelona y en Madrid. Hablo del (des)encuentro entre Zapatero y Maragall y ahora, entre Zapatero y Montilla. En el artículo de referencia hay una frase, destacada, que considero como lo más duro dicho públicamente sobre la cuestión hasta ahora, dice, “con esta política (el freno al desarrollo de Catalunya), los más preparados (nuestros jóvenes) deberán emigrar (de Catalunya) en unos años”. Nunca había leído nada como lo anterior. Me quedé estupefacto. ¿Y si fuera cierto? Un desencuentro de ese calibre entre izquierdas hará daño, podemos estar seguros.


Tercero, se trata de una cuestión con dos aspectos principales, El financiero, los recursos que el estado y sus administraciones aportan a la financiación de las infraestructuras y el del poder de decisión, cuando, cómo, donde, por qué y qué. El primero ha estado en muchas portadas durante tiempo más que suficiente y no considero que desde un punto de vista racional haya mucho que discutir, aparte, claro está, de si son diez o doce los ministros de Cristo. El segundo se ha hecho más que evidente a raíz de la crisis del aeropuerto y del sistema de ferrocarril de cercanías. Ahora mismo es el núcleo de la cuestión y tiene más poder de convocatoria que las malditas finanzas. Nadie quiere ya que el autobús de su calle lo dirijan desde 600 kilómetros. De hecho, quieren dirigirlo desde casa. No es broma.


Cuarto, no se trata de competencias, ni de debates sobre federalismo. Si una sociedad se siente amenazada en su futuro al nivel que se aprecia en Catalunya se corre un riesgo cierto de ruptura de todas las compuertas y entonces habrá que mirar muy lejos y muy rápido para salvar los muebles.


Quinto, ningún país puede permitirse el lujo de frenar el desarrollo (o que se piense con cierta base que así ocurre) del territorio que ha tenido mayor impulso en los últimos 150 años y que está ensamblado fuertemente a la economía europea. Ello no perjudica a la necesaria política de reequilibrio territorial general, todas las zonas del estado deben acercarse al nivel deseable de bienestar y prosperidad. No son objetivos antitéticos, tal como el desarrollo impresionante de Madrid confirma.


Sexto, el calendario político deja poco margen para las florituras. O se da el paso: cumpliéndose ampliamente las expectativas estatutarias o el próximo encuentro va a tener interlocutores distintos.


Séptimo, las rentas del centralismo (tiene otros nombres, pero los evito) tienen costes. No es una renta limpia, ni claramente positiva. Quien se apoye en ella comete un error de bulto, no entiende la nueva y consolidada estructura del estado. Ni el papel de cada cual. Haría bien el gobierno en entender que ya hay más estado en las CCAA que en la sede del gobierno. El débil es él y se está enterando todo el mundo.


Octavo, la eficacia social de la maquinaria pública está hoy en manos de las CCAA. Quien no lo vea debe dirigirse al oculista más próximo. Los ciudadanos valoran positivamente la acción política y administrativa de las administraciones cercanas. Se han ganado un cierto respeto. No ocurre lo mismo con el centro.


Noveno, no se trata ya de Catalunya, aunque también. Catalunya es la punta de lanza de una concepción política con poderes diversos que cooperan con cierta elegancia y sinceridad, sin zancadillas continuas, ni miedo al balance fiscal. Mejor, sin miedo a la verdad del balance fiscal. Pero detrás de Catalunya están todos los demás. El juego del estatuto no es yo también por que sí. Es yo también porque esta es la lógica del sistema.


Décimo, no hay nadie en Catalunya que tenga un peso valorable que ponga en cuestión un sistema financiero solidario. Nadie pretende que otros territorios del estado se mantengan al 70% de la riqueza media. De lo que se trata es que los sectores populares y medios en Catalunya disfruten de parecidos sistemas de bienestar que en el resto del estado y que los sectores de más amplia riqueza aporten por igual, estén donde estén y que, aquí está el tomate, nadie vea frenado su futuro.


Termino augurando una solución elegante, tomando el término del optimismo del reconocido físico para resolver una parte de un problema que todavía ha de durar.

Lluís Casas, licenciado en temperatura social